viernes, 22 de enero de 2016

Cuando el Gobierno de Vicente Fox Quesada anunció el entonces ambicioso proyecto de la Escalera Náutica, en 2001, lo ofreció como la mejor idea para crear el mayor desarrollo naútico-turístico de América, llegando incluso a manejarlo como el nuevo ícono del turismo mexicano y una ventana de esperanza para el futuro. En teoría, el plan se advertía fantástico.
El proyecto de marras, impactaría específicamente a tres regiones integrales, 22 localidades costeras y contaría con algo así de 5 mil kilómetros de litoral, por lo que no se establecieron límites para empezar a aplicar millonarias dosis económicas. Y en ese mismo contexto, Guaymas y Santa Rosalía formaron parte importante del ambicioso propósito que prometía, incluso, aliviar la grave crisis de desempleo que sufrían (y siguen sufriendo) ambas ciudades.
No pasó mucho tiempo para que la intención quedara solamente en eso. Después de que Fonatur hiciera rimbombantes anuncios en el sentido de que rescataría este proyecto, ya en la administración de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, finalmente se llegó a lo que se advertía prácticamente desde un principio: el más grande proyecto de América se convirtió en un escandaloso, espantoso y degradante fracaso.
En Guaymas, para el desarrollo del ahora frustrante revés, se cometieron par de incalificables atentados. Uno de estos fue haber invadido parte de nuestra bahía para la construcción de la marina y edificios colaterales, incluyendo un faro que jamás funcionó como tal, y la demolición de una cuadra completa en la que se erigía el edificio que alguna vez albergó el Cine Terraza Guaymas, una construcción que bien pudo haberse modernizado para crear algo más atractivo para esa área.
Desde entonces, todo ese sector se estigmatizó. Hoy en día, la fracasada Escala Náutica es un fantasmagórico lugar donde trabajan tres o cuatro personas, sin nada que hacer, la maleza crece sin control y por las noches se convierte en un lúgubre y peligroso cruce de personas ante la oscuridad reinante, todo derivado del abusivo abandono al que fue condenado por propios y extraños.
Todos, todos los que alguna vez lo vieron como un paliativo para la economía de Guaymas, se olvidaron por completo de ese lugar. En sus inmediaciones, se carece de alumbrado público, locales comerciales y demás lucen en el más completo olvido. El pavimento luce bastante deteriorado y las banquetas son un peligroso riesgo para quienes caminan por ellas. Están destrozadas y con boquetes que ya han provocado algunos accidentes. El majestuoso proyecto, la salvación de Guaymas y el Estado de Sonora, es hoy un sitio que representa una vergüenza para quienes aquí vivimos.
Alguien tiene que “ponerle el cascabel al gato”. Alcalde, diputados, gobernadora, quien sea, tiene que enderezar su mirada a esa área y gestionar ante el gobierno federal su cesión para, entonces sí, manejar un proyecto propio que venga a, por lo menos, darle una imagen agradable a nuestro Guaymas.

Tenemos que dejar de ser tan indolentes.