miércoles, 8 de febrero de 2017

Salario mínimo y poder adquisitivo
Alfonso Navarrete Prida, titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, informó que, según estudios internos no oficiales de la dependencia, los salarios mínimos han perdido alrededor del 3 por ciento del poder adquisitivo debido al incremento de los combustibles, pero se espera que podría llegar hasta el 5 por ciento, dependiendo de los datos que aporten Inegi, Coneval y Banco de México.
Según estudios internos, no oficiales todavía, ha habido una pérdida del poder adquisitivo en términos reales después de que en el mes de enero se dispararan los precios de los combustibles, lo que repercutió de manera severa en los costos generales de los artículos básicos y mantiene hoy en una delicada crisis a millones de familias de mexicanos, ahogados ya de por sí desde hace décadas.
Las actuales condiciones de vida, derivadas de estrategias oficiales que no consideran la afectación a las clases populares sino la sobrevivencia de la clase política, mantienen la desesperación, el desconsuelo y la impotencia. La impresionante cascada en los aumentos de precios, insistentemente negada por el gobierno, ha traído como consecuencia una gran angustia y la imposibilidad de las familias vulnerables para tratar de sobrevivir en medio de un círculo que cada vez se cierra más.
Por lógica muy natural, esa desesperación conlleva a buscar las formas de sobrevivencia. De ahí resulta lo que para muchos es prácticamente la obligación de salir a robar para poder llevar los insumos suficientes a casa, tan sólo para la alimentación. Y al mismo tiempo, eleva la desintegración de las familias, la incursión en el consumo de drogas y los incontrolables incrementos en las estadísticas de la delincuencia.
Las declaraciones de Navarrete Prida no encontraron nada nuevo al referirse a la drástica caída del poder adquisitivo. Sin cifras oficiales, la gente más afectada en cuestión económica sabe que desde hace tiempo, lo que gana en salario no le alcanza ni para satisfacer la necesidad más grande del ser humano, la comida. Las cifras oficiales solamente sirven como un punto de referencia, pero son al final de cuentas una carcajada burlesca hacia quienes sienten realmente el peso inmenso de la necesidad.
Las medidas que hoy asume el gobierno no están consideradas como un punto de partida para aliviar, al menos, la presión a la que se somete todos los días el trabajador asalariado. Se están aplicando para buscar alternativas que permitan seguir sosteniendo la voracidad de quienes, desde el servicio público, se dedican a enriquecerse a manos llenas, agotando las reservas públicas en aras de sostener un tren de vida que están aniquilando la riqueza que el país tiene.
El salario mínimo no ha perdido ni el 3 ni el 5 por ciento del poder adquisitivo. El salario de los trabajadores es, desde hace ya muchos años, una bofetada para quienes realmente saben lo que es la jornada laboral dura, de sacrificio, de martirio constante. Es un atropello para quienes se tienen que “sobar el lomo” todos los días para tratar de llevar un mendrugo a unos hijos que, acostumbrados a la pobreza, no entienden de estadísticas ni presuntos esfuerzos oficiales.

Sólo saben que quizá papá, mañana, pueda traer comida de nuevo.

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